Más de 10.000 kilómetros separan Río de Janeiro de Jerusalén. Es la distancia que recorrió Raul para realizar uno de esos viajes que suponen un antes y un después en la vida: peregrinar a Tierra Santa. 

“Espectacular –resume–. No hay palabras para definir lo que es una visita a Tierra Santa. Me decían que es como un quinto Evangelio, y realmente es así; es vivir la vida de Nuestro Señor aquí en la tierra. Andar por donde anduvo, ver los paisajes que Él vio, estar donde estuvo…” Por su parte, Carlos, de Sao Paulo, asegura que el viaje sobrepasó sus expectativas. “Es emocionante darse cuenta de que la encarnación de Dios tiene lugar en un tiempo histórico y espacio geográfico concretos”, reflexiona. 

No les ha pasado desapercibido que no eran los únicos felices por su viaje. “Tras dos años de cierre de fronteras debido a la pandemia, pude ver la alegría de la gente local acogiendo de nuevo a los peregrinos y turistas –comenta Carlos–. Muchos estaban en el paro y, poco a poco, las cosas vuelven a la normalidad”. 

“Es un lugar internacional, el centro religioso del mundo”. 

Efectivamente, parece que el sueño se hace realidad: los peregrinos han vuelto para quedarse. Las cifras son todavía modestas, pero grupos de todo el mundo viajan para poder conocer o redescubrir Tierra Santa. Se espera que el número vaya en aumento conforme avancen los meses, llegue la Semana Santa y el buen tiempo. Para los que vienen, es una experiencia que no deja indiferente; para los que los reciben, una gran esperanza después de dos años de sequía en el sector turístico, en particular el religioso. 

Los lugares santos, aunque no han recuperado su flujo habitual, siguen tocando lo profundo del alma de quien los visita. Para Raul, “fue revivir la vida de Cristo en esos lugares, y sentir aún más la presencia del Señor. Aquí se siente mucho su presencia. Es como un Evangelio vivo”. Carlos añade que “después de la peregrinación, es mucho más fácil meditar los textos de la Sagrada Escritura y rezar con el Evangelio”. 

Hay algunos lugares que ayudan especialmente a la imaginación, pues siguen pareciéndose a los paisajes que vio Jesús. Es el caso del mar de Galilea, el monte Tabor o el desie​rto de Judea. “Disfruté mucho contemplando el camino a​​ través del valle que va desde Jericó a Jerusalén, imaginando que Nuestro Señor habría pasado por ahí en varias ocasiones”, relata Carlos. 

Por último, los peregrinos no dejan de sorprenderse del mosaico de razas, lenguas y culturas que encuentran en Tierra Santa: “Es un lugar internacional, el centro religioso del mundo”. 

 

Foto principal: Un grupo de peregrinos en el monte de los Olivos, desde donde se puede ver una panorámica de Jerusalén | M. Reilly

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