Su Beatitud el Card.Pierbattista Pizzaballa, Patriarca Latino de Jerusalén, comparte con nosotros su experiencia de vida en Tierra Santa.
Parte 1 – Me gustaría comenzar preguntándole ¿cómo descubrió su vocación?

Pierbattista Pizzaballa Latin Patriarch, Jerusalén
Soy el tercer hijo de una familia normal, nacido en un pequeño pueblo al norte de Italia, que en esa época era agrícola, donde la vida religiosa era aún sencilla y auténtica. Cuando era niño, tuve muy buenos ejemplos de mi padre, mi madre y otros. En nuestra parroquia había cuatro sacerdotes. Eran muy buenos, personas queridas, amaban a la gente y estaban muy presentes en la vida de la comunidad. Uno de ellos era muy especial; tenía mucho carisma, era muy positivo; yo siempre me decía a mí mismo: “Quiero ser como él”. Era también muy exigente, pero se notaba que era sincero y actuaba por amor. Vi cómo la gente lo quería, cómo él quería a la gente, y además, no diría que estaba feliz, porque eso es poco, sino que era una persona realizada, más que feliz. Era una persona con aplomo, con una vida plena. Su fe era atractiva, un verdadero buen sacerdote. Cuando venía a la comunidad, visitaba, consolaba, oraba, escuchaba confesiones y estaba presente. Ese fue el comienzo, nada extraordinario, no tuve ninguna revelación, solo buenos ejemplos a mi alrededor.
Luego, me enviaron a una escuela para niños, una escuela primaria, lejos de mi pueblo, en Rímini. En ese tiempo, el párroco del pueblo era como un rey. Y él dijo: “Que vaya a esta escuela con las hermanas benedictinas de vida semi-apostólica”.
Allí había Misa todos los días y los capellanes eran frailes franciscanos. Eran muy mayores, pero de repente llegó uno joven, el padre Giovanni Bianchi, que por cierto, acababa de llegar de Tierra Santa. Él estaba a cargo del Seminario Menor, así que comenzó con el arte de “pescar”. Yo no conocía a los franciscanos, porque en Bérgamo no estaban. Él empezó a hablar sobre la vocación franciscana y nos llevó a visitar el seminario. Entonces decidí ingresar. Después de terminar la escuela primaria, a los 11 años, decidí entrar en el seminario menor.
Mis padres no estaban de acuerdo, porque Rímini está lejos de nuestra casa; Bérgamo está a 400 kilómetros al norte. Pero yo insistí; siempre he sido, y aún soy, obstinado: cuando digo sí, es sí; cuando digo no, es no. Al final, se rindieron. Y así ingresé al seminario menor.
Era un seminario muy disciplinado en esa época, en 1976. Había una comunidad de formación junto con otros frailes mayores. Muchos de ellos eran antiguos misioneros en China, expulsados por Mao en 1949. Recuerdo que todos los días seguían leyendo la Biblia en chino, para estar preparados por si algún día podían regresar. Eso me impresionó mucho. Así que creamos un grupo misionero y les pedimos que nos enseñaran chino, porque les dijimos: “Si ustedes son demasiado mayores, nosotros iremos en su lugar”. Pero mis superiores me detuvieron: “Nada de chino”. Eso fue todo.
Por supuesto, en el seminario tuvimos altibajos normales, como todos… El seminario era un edificio enorme, y una parte estaba dedicada a una escuela pública, así que íbamos allí a estudiar.

HB. Pierebattista Pizzaballa en Saxum
¿Y qué nos puede contar de su encuentro personal con Dios?
El encuentro personal con Dios, para quienes venimos del seminario menor, normalmente no es un momento especial. No tienes un momento particular, al menos yo no lo tuve. Es algo que crece. La semilla de la presencia de Dios, de la fe, viene de la infancia, de la familia y demás. Luego se desarrolla, a veces de manera muy dolorosa, a veces con muchos problemas: ‘sí, no, tal vez, quizá no estaba en lo cierto, o digamos, influenciado por otros’… todas eran preguntas normales que tenía. Pero poco a poco descubres que esa pequeña semilla de la vocación crece en ti. Y en cierto momento descubres que forma parte de ti.
¿Y cómo fue que le tocó venir a Tierra Santa?
Mi llegada a Tierra Santa, incluso aquí, no tuvo nada de dramático. Nunca quise venir a Tierra Santa. Mi Provincial, en ese tiempo, seguía el estilo antiguo de obediencia; ahora hay más diálogo. Recuerdo una reunión con él cuando me preguntó: “¿Qué planes tienes para tu futuro? ¿Cuál es tu deseo?”. Le dije: “Me gustaría estudiar la Biblia, me gusta especialmente el Antiguo Testamento”, no sé por qué, pero me atrae. Me respondió: “Estudiarás”, y pensé que iría a Roma.
Tras la ordenación sacerdotal —fui ordenado por el cardenal Biffi, obispo de Bolonia— recibí lo que llamamos la obediencia, y decía lo siguiente: “Hemos decidido que irás a Jerusalén de inmediato”. Quedé sorprendido. Pensé que era un error. Organicé un grupo de frailes para convencerlo de lo contrario, pero nada cambió, así que llegué a Jerusalén para estudiar en el Studium Biblicum Franciscanum. Por cierto, hubo un error de comunicación y, cuando llegué, el Custodio no sabía que venía, así que en el convento de la Flagelación no estaban preparados y tuvieron que darme una habitación provisional.
Fui ordenado sacerdote el 15 de septiembre de 1990, a los 25 años, y tres semanas después, el 7 de octubre de 1990, llegué a Jerusalén. Este año se cumple el 35º aniversario de mi ordenación y también de mi llegada aquí.

Card. Pierbattista Pizzaballa en el Santo Sepulcro, Semana Santa 2025
¿Cómo se involucró con la parroquia católica hebreo parlante?
En todos los momentos importantes de mi vida, me he sentido un poco como Jonás. El libro que más me gusta del Antiguo Testamento es Jonás. Me gustan todos los libros, pero Jonás más que el resto. Me siento un poco como él: resisto, luego caigo en aguas profundas y Dios me lleva de un lugar a otro.
Estaba estudiando en la Universidad Hebrea. En ese momento, la comunidad católica hebrea no tenía sacerdote. Estaba en la calle Agron, en Mamilla. Una vez, un sacerdote que luego fue obispo, Bruno Forte, muy cercano a los católicos hebreos, fue a la misa y vio que no había sacerdote. Él era huésped en el convento de la Flagelación. Me dijo: “Eres sacerdote, hablas hebreo”. Respondí: “Sí, pero no es para mí”. Entonces, se reunió con una mujer muy carismática, Rina Geftman —fallecida hace unos años—, y concertó una cita para mí con ella. Ella me dijo: “Por favor, venga a celebrar la misa porque no tenemos sacerdote”. Dije: “Vendré solo una vez”. Fui a celebrar la misa y dije: “Vendré cuando no encuentren a alguien”. Así, terminé yendo casi todos los domingos. Al final, me quedé allí, como responsable de la comunidad católica hebrea.
Celebrábamos la misa en el convento de los hermanos lazaristas en la calle Agron, cerca de las hermanas del Rosario, pero pronto tuvimos que mudarnos porque necesitaban alquilar el lugar. Inicialmente, el Custodio nos dio una sala en el Colegio Terra Santa por un corto período. Estábamos buscando un lugar, y el Custodio nos permitió trasladarnos a una casa abandonada en la calle Rav Kook, propiedad de la Custodia. La restauramos durante los difíciles tiempos de la segunda Intifada. Desde enero de 2000 hasta 2004, estuve a cargo de una comunidad franciscana de habla hebrea en el primer piso, y atendíamos a la comunidad católica de habla hebrea en la planta baja.
Continuará, no te lo pierdas el mes que viene…