“Mateo señala que la conversación entre Jesús y los suyos acerca de su identidad sucede en la hermosa ciudad de Cesarea de Filipo, rica en palacios lujosos, engarzada en un paraje natural encantador, a las faldas del Hermón, pero también sede de círculos crueles de poder y teatro de traiciones y de infidelidades.” (León XIV, homilía, 09.05.2025)
Saliendo de Cafarnaúm en una barca, Jesús y sus discípulos pasaron a la otra orilla, probablemente Betsaida (cfr. Mt 16:5). Durante unos 40 km, caminaron hacia el norte por una vía que corre entre el alto río Jordán y la meseta del Golán hasta llegar a la vista del Monte Hermón. Al pie de esta montaña imponente, se encontraba Cesárea de Filipo.
Felipe, uno de los hijos de Herodes el Grande, había edificado esta ciudad sobre un lugar dedicado al dios Pan: de ahí su antiguo nombre de Paneas o Paneón, literalmente, “Santuario de Pan”. Al pie de un acantilado, en la gruta desde la cual brota uno de los arroyos tributarios del río Jordán, se solían sacrificar cabras, un animal vinculado al dios Pan. El mismo Felipe, nos cuenta Flavio Josefo (BJ 3.10.7), hizo un experimento para identificar los orígenes de la fuente de Paneas echando una paja en el lago volcánico Fiala, situado a unos seis kilómetros, más arriba, sobre los altos del Golán: la paja reapareció en la gruta del Paneón.
Paneas aparece por primera vez en las fuentes históricas en el contexto de la conquista del sur de Siria por Antíoco III el Grande en 200 a.C. Un siglo después, Paneas y el distrito de Iturea fueron integrados al reino hasmoneo. Herodes heredó esta tierra. Cuando Roma dividió su reino entre sus tres hijos -Arquelao, Antipas y Felipe- Paneas y sus alrededores formaron parte de la tetrarquía de Felipe (cfr. Lc 3:1).
Escogida como capital de sus dominios y refundada en honor a César Augusto, la nueva ciudad de Cesárea de Filipo se desarrolló rápidamente: un templo dedicado a Augusto cubrió la entrada de la gruta sagrada; otro, dedicado a Zeus, fue erigido cerca. Felipe, además, mandó construir su palacio según los últimos estándares de la arquitectura romana.
Palacio de Felipe. Reed Miller, 2022
Frente a Jesús y sus discípulos, se elevaba el imponente monte Hermón. El verano llegaba a su fin. En la cumbre del monte, los últimos nevados se derriten bajo el sol. Es la escena que sigue la que nos indica la temporada del evento de la confesión de Pedro. “Seis días más tarde” (Mt 17:1), se transfiguró Jesús frente a tres de sus discípulos. Admirado, Pedro exclamó: “¡Hagamos tres tiendas!” Algunos autores vieron aquí una referencia a la fiesta judía de las Tiendas (Sukkot) que cae a principios de octubre. Una semana antes de la fiesta de las Tiendas, toca el día del Gran Perdón – Yom Kippur – único día al año en el que se pronunciaba el nombre inenarrable de Dios, cuando el Sumo Sacerdote entraba en el Santo de los Santos del Templo de Jerusalén (cfr. Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, cap. 9).
Ese mismo día, lejos del Templo de Yahvé en Jerusalén, en el entorno pagano de la ciudad de Pan, Pedro confesó la divinidad de Cristo.
“Él les preguntó:
- Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
- Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo».” (Mt 16:15-16)
Frente a Jesús y sus discípulos el imponente acantilado domina la zona de los templos paganos. Quizá fue esto lo que inspiró a Jesús la metáfora de la roca.
Por Heri Gourinard
